Celia

El otro día me acordé de ella cuando iba en aquel tren.

Quizá fue porque el primer recuerdo que tengo suyo fue en un autobús.

Íbamos camino del cole o de alguna excursión. No me acuerdo, porque ocurrió en una etapa de la que apenas guardamos recuerdos. Una infancia muy temprana, quizá los 4 o 5 años.

Pero ese momento se me quedó grabado para siempre.

Celia sentada en el autobús. Mirándome y sonriendo. Mientras, los niños alrededor armando jaleo mientras una monja intentaba en vano poner orden. Pero no importaba, cuando ella y yo nos mirábamos todo lo demás desaparecía. Se hacía el silencio. Sólo aquella mirada y aquella sonrisa. Unos segundos que fueron suficientes para convertirse en eternos.

forrest gump frases

Tengo su rostro grabado en la retina. Tez morena, pelo también moreno y liso cortado por los hombros. Ojos almendrados y expresión viva a la vez que tímida. Quizá no tenga ningún parecido con la realidad, pero es el recuerdo que mi caprichosa memoria ha dejado en mi cerebro. Y me vale.

En aquel autobús yo no sabía nada de la vida. Y, sin embargo, supe que me gustaba mucho aquella niña. De todas las que había, yo sólo quería a Celia. Y nos mirábamos sin decir nada. Una mirada de esas que te son devueltas, que sabes que significan algo. Porque yo a ella también le gustaba. Todo lo que te puede gustar una persona a esa edad, que no debe ser demasiado. O sí…

Porque quizá esperabais un primer amor de 15 o 16 años. Pero qué queréis que os diga. Si tengo que ser sincero, la primera chica por la que suspiré fue Celia a finales de los 80.

El tiempo trascurrido hace que haya lagunas en mi memoria. El resultado es una historia discontinua en la que no sé si llegué a saber más sobre su vida, si iba a mi clase o si solamente compartíamos el mismo colegio. Sólo quedan retazos, imágenes aisladas como prueba de una infancia perdida.

Pero sé que fue una niña importante en mi infancia. Que seguramente fuese mi compañera de clase y que quizá incluso mi primera mejor amiga. Y que me enamoré de ella y es a la única niña que recuerdo de aquellos años, aunque sólo conserve su nombre y aquella mirada del autobús.

Celia y su mirada. Lo único que me queda.

Una mirada que para mí fue suficiente. Como cuando te conformarías con contemplar la belleza de una chica durante horas. Sin que haga falta nada más.

amantes circulo polar

No hubo un beso en la mejilla siquiera, no la cogí de la mano ni hubo cruce de palabras en aquel autobús. Sólo una mirada.

Ahora no bastaría con eso. Ahora lo querríamos todo rápido, cuanto antes y lo máximo posible. O todo o nada. Y sin embargo yo me acuerdo de Celia, que me regaló solamente una sonrisa, y he olvidado a otras que me dieron mucho más.

Porque luego vinieron las relaciones de la adolescencia. Los equilibrios imposibles. Los tira y afloja. Tensar la cuerda más o menos que la otra persona. Las estrategias. Las apariciones y desapariciones, los silencios injustificados. Las horas interminables esperando un mensaje que no llega. Los celos. Por su pasado, por su presente y por su futuro. Porque a veces nos molesta hasta eso.

Éste era un amor puro, el más puro que puede existir. Sin miedos, sin entender nada, sin complejos, natural e instintivo. Era guapa y tenía una mirada dulce. Pero no se trataba solo del físico. Esa dulzura se transmite y forma parte del carácter. Un solo gesto puede decir mucho de una persona.

Érase una vez en América (1984)

Era también una época de sueños. De soñar con ser futbolista y que Celia estuviese presente. De sueños de guerra realizando hazañas heroicas y de mundos imposibles. Y Celia siempre estaba allí.

No es de extrañar que cuando la Navidad pasada leí “Edad Prohibida”, me recordase a Celia constantemente.

“Celia, no lo puedo remediar. Perdóname por decírtelo, pero… te quiero. Es algo más fuerte que yo […] Tú sí que eres bonita. Tú sí que sólo con mirarte quitas las penas”  Anastasio pensaba eso, y no lo decía. Era incapaz de decirlo.

Edad Prohibida, Torcuato Luca de Tena (1958)

Porque a mí también me gustaría coger a aquel niño que fui y decirle que hablase a aquella niña en aquel autobús. Que guardase los recuerdos de aquellos días. Y que no la dejase marchar.

Porque en algún momento Celia se fue. Debió cambiar de colegio, de ciudad… no lo sé. Sólo sé que desaparece de mi memoria después de aquel autobús. Y que en mi clase nunca volvió a haber una Celia. Y que en las fotos de años posteriores tampoco aparece. Porque sé que la reconocería.

Por eso en ocasiones llego a pensar que pudo ser un sueño. Que quizá Celia representaba a la chica que quería querer y que luego no he encontrado.

Pero no, en lo más profundo de mí sé que Celia existió.

Y que existe. No sé dónde, pero está ahí fuera.

la gran familia española

Y no, no todas las películas que pongo son buenas. La mayoría sí, pero no todas. Y esta es una de las que no demasiado. Pero quería esa escena aquí. Porque Celia y yo debíamos ser como en esa imagen.

Así que a veces cuando voy por la calle pienso que me puedo cruzar con Celia un millón de veces y que ni nos enteraremos. Que si existiese un radar para encontrar personas podría ver a cuántos kilómetros está Celia de mí. E ir a buscarla.

O quizá no, quizá mi recuerdo inocente sea mejor que cualquier reencuentro presente, en el que cabría la posibilidad de decepción mutua. Pero me gustaría ver cuánto ha cambiado. Si sigue teniendo una mirada tan dulce.

Así que, si te llamas Celia y cambiaste de colegio a finales de los 80, quizá seas mi Celia.

Y tienes que saber que no te he olvidado.

 

Y ya sabes, lo que completa este blog son tus comentarios 🙂 

21 comentarios

Responder a Soldadito Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *