La chica de los labios granates

A nosotros nos habían enseñado que había que querer con moderación. Nos habían dicho que tuviésemos cuidado en lo que deseábamos, porque ahí fuera el mundo era una jungla. Nos habían advertido que no volásemos demasiado alto porque la caída podría ser más dolorosa. Y R vino a decirnos lo contrario.

Me acordé de ella hace unos días viendo una película.

Por aquel entonces yo no sabía lo que era tener una amiga. Y el resto de mis amigos tampoco. Éramos un grupo de seis chicos que lo pasaba bien jugando al fútbol, en casa de alguno de nosotros con el ordenador, o simplemente sentándonos en un banco a pasar el rato y hacer como que hablábamos de cosas importantes. Esperando el momento en que pudiésemos perseguir nuestros sueños, esperando hacernos mayores para poder vivir los mejores días de nuestra vida. Sin darnos cuenta de que quizá esos días eran aquellos, de que el momento para perseguir los sueños es el presente, siempre.

cuenta conmigo

El caso es que aquel verano fue diferente porque apareció ella. No sabemos de dónde vino, porque casi nunca contaba nada de su pasado. Se coló en nuestras vidas de forma inesperada, como si hubiese venido de un lugar lejano para sacarnos de nuestra rutina y para tirar por la borda todo lo que habíamos aprendido sobre las chicas y sobre nosotros mismos.

La he llamado R porque era la primera letra de su nombre (fácil, no?). R era una de esas chicas que no esperas encontrar en una ciudad de cien mil habitantes. Qué tontería, era de ésas chicas que no esperas encontrar en ninguna parte. Sólo en las películas o en los sueños.

En poco tiempo R se convirtió en la novedad de aquel verano, en el objeto de todas las miradas. Y lo hizo por mérito propio, porque era una chica diferente.

Toda la vergüenza que nosotros teníamos acumulada parecía no existir en ella. Era luchadora, era soñadora, era peleona y no se andaba por las ramas. Si había que discutir, discutía como si la vida le fuese en ello (a veces pensábamos que iba a romper a llorar y nos quedábamos paralizados), aunque a la media hora se hubiese olvidado y estuviese riéndose otra vez. Y entonces, cuando reía, lo hacía también como si fuese la última vez, a carcajada limpia.

Antes de llegar ella, mis amigos y yo solíamos usar la frase “como si no hubiese un mañana” para cualquier acción que conllevase un esfuerzo extraordinario. Fulanito bebió anoche como si no hubiese un mañana. Menganito ha corrido hoy en el partido como si no hubiese un mañana. R nos enseñó que no teníamos ni idea de lo que significaba esa frase. Porque ella sí parecía hacerlo todo “como si no hubiese un mañana”

Con R enseguida todo cambió aquel verano. Los planes eran más divertidos porque ella los hacía más divertidos. Las tardes pasaban rápidamente y a todos nos fue invadiendo una extraña sensación. No sabíamos qué era. No sabíamos si estábamos enamorados de ella. Sospecho que los seis nos hacíamos la misma pregunta, pero no lo comentábamos entre nosotros por miedo a confirmar que nuestros amigos también sentían lo mismo. El código de la amistad entre chicos: si te gusta a ti, yo me olvido de ella. Ninguno quería olvidarse de ella, así que era mejor no saber. Se convirtió en un amor silencioso, o más que amor, admiración, que al fin y al cabo es el primer peldaño del amor.

Todos la mirábamos boquiabiertos esperando su siguiente acción, su próxima palabra. Vivíamos en estado de excitación constante. Un torbellino llamado R había aterrizado en nuestras vidas para que aquel verano no fuese como todos los demás. Casi sin darnos cuenta, por las mañanas nos poníamos la mejor ropa que teníamos, nos preocupábamos más por nuestra imagen e intentábamos mostrar nuestra mejor versión delante de ella. Todos queríamos estar a la altura de R.

Los días de aquel verano pasaron cargados de experiencias con R. Nos reíamos juntos, jugábamos, bebíamos, y todos la mirábamos intentando averiguar si lo que sentíamos era amistad o si esa chica realmente nos gustaba. Y preguntándonos si, de ser así, ella habría elegido a alguno de nosotros. Pero qué va, ella no era así. Ella era capaz de hacernos sentir a todos especiales, sin trucos, sin estrategias, sin ambigüedad y sin segundas intenciones. Ella simplemente era genial y no podía disimularlo.

A estas aturas de la entrada quizá alguien se esté imaginando a R. Recuerdo que tenía las pestañas muy negras, más de lo normal. Supongo que se las pintaba, pero en aquella época nunca podría haberlo diferenciado. Eso hacía que sus ojos, también oscuros, resaltasen de una forma que no podías olvidar. Cuando hablaba, todos le escuchábamos. Nadie le interrumpía como hacíamos con los demás, porque era de esas personas que captan toda la atención de la audiencia cuando hablan. Así que nos quedábamos clavados en su mirada y el resto del mundo desaparecía hasta que ella terminaba. Y es que R se había ganado el liderazgo del grupo, forjado durante años entre nosotros, en menos de una semana. Su cabello también era negro, y llevaba los labios pintados color granate. Bueno, seguro que ese color no se llama granate, que hay un nombre exacto para esa gama de pintalabios. Pero no era rojo intenso y tampoco marrón ni negro. Granate. Su tez era blanca y eso hacía que resaltasen más todavía sus ojos y su pelo, en un contraste que daba más intensidad a su vitalidad.

Porque lo que más destacaba de ella era eso. Su vitalidad. Su vivir la vida “como si no hubiese un mañana”. Su curiosidad insaciable, sus ganas de soñar, de vivir, de atravesar lo que se le ponía por delante. Si trepábamos un árbol, ella subía más alto. Si corríamos huyendo del perro del vecino, ella corría más rápido hasta quedar exhausta. Si íbamos a un bar, ella era el centro de atención. Y si nos aburríamos en el banco, ella venía y proponía alguna locura. Y todos la seguíamos. R, simplemente, vivía con todas las letras de la palabra.

Y nunca, nunca, bajo ningún concepto, R dosificaba ilusión ni ganas. Porque R nunca hacía las cosas a medias, de puntillas. Si empezaba algo, ella iba con todo.

A nosotros todo esto nos descolocaba un poco, el ver a una chica que nos superaba en todas aquellas facetas. Porque hasta entonces nos habían enseñado que los chicos eran más valientes que las chicas, que hacían más travesuras y que le echaban más “morro” a la vida. Y R nos enseñó que ni de coña. Nos dio una lección de vida que creo que ninguno hemos olvidado. Aunque ahora nos cueste hablar de ella.

Nunca lo hacemos. Creo que todavía sobrevive aquella sensación de miedo de habernos enamorado todos de la misma chica. Esa sensación de que los lazos de nuestra amistad pudieron verse comprometidos por el amor. Quizá también sentimos que aquella historia es perfecta tal como fue, y que hablar de ello desde la distancia del tiempo sólo podría perturbar los recuerdos, contaminarlos con una mentalidad adulta que quizá no entienda la inocencia de aquellos días.

Sólo una vez nos dio por recordarla. Fue hace un par de años, estábamos en mi casa y alguien mencionó su nombre. Hablamos de aquella época y de nuestras travesuras más sonadas, preguntándonos qué habrá sido de R. Y fue un recuerdo feliz y triste a la vez, porque supongo que todos los recuerdos felices dejan siempre un poso de nostalgia.

Como habréis adivinado, la película que me hizo recordarla es Sing Street. Al final de la película (tranquilos, no voy a destrozarla), lo que prevalece es la lucha por los sueños. Más allá de las mareas en contra, de las zancadillas y de las voces pesimistas de quienes no se atrevieron.

Y quizá para ello haya que volver a pensar como un niño, como en la época de R. Tener una curiosidad infinita y no tener miedo de decepcionar, de no cumplir las expectativas de lo que se espera de nosotros. Vivir con el cronómetro a cero, sin perder el tiempo contando los años que llevamos y los que nos quedan. Creo que R nos enseñó algo de todo esto.

Porque a veces las personas necesitan empujones. Puede ser conocer a otra persona, el amor, una amistad. Puede ser un disgusto, una alegría o puede ser un cambio en tu vida. Y nos sacude y nos espabila para permitirnos ver la vida con otros ojos. Porque al final se trata de eso, de perspectiva.

Y R fue nuestro empujón.

Porque fue lo mejor que nos podía pasar aquel verano. Llegó de imprevisto para sacudir nuestras vidas. Para sacarnos de la zona de confort, para despertarnos.

Las hadas que habíamos visto en las películas de Disney llevaban vestidos azules y collares de perlas. Ella no. Ella vestía un vaquero de color negro, una camisa de cuadros y pendientes de aro. Pero fue nuestra hada, la mecha que prendió nuestros sueños, nuestra mejor amiga aquel verano.

Y quizá, la mejor que nunca tendremos.

@Soldadito_m

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53 comentarios

  1. Continuas escribiendo…? Me encanta tu blog desde que casualmente te descubrí.
    vuelve, lo haces bien!
    me, nos, hace bien!!! 🙂

  2. ¡Qué forma más bonita de escribir! Creo que transmites exactamente lo que querías, y que quien lee este texto puede sentir esa misma nostalgia. ¡Enhorabuena!
    Te acabo de descubrir, pero a partir de ahora pienso ser una habitual.

    Un abrazo.

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