La esencia de la vida

Giovanni Drogo llegaba todos los días a la misma hora al cuartel. Entraba por la puerta del vestíbulo y subía corriendo las escaleras hasta su cuarto. Siempre subía los peldaños de dos en dos, como si alguien le estuviese esperando, como si tuviese prisa por llegar al piso superior.

Hasta que un día Giovanni subió esos escalones de uno en uno.

Y en aquel momento no se dio cuenta, pero años más tarde comprendería que ése, exactamente ese instante, fue el que marcó la diferencia. El que separó su juventud, llena de sueños y metas por alcanzar, de su madurez, marcada por la desesperanza.

tartaros-desiertoA partir de aquel día, Giovanni Drogo subiría los peldaños siempre de uno en uno hasta su muerte.

Mientras leía este libro pensé en las pequeñas acciones cotidianas que nos definen y que algún día cambiarán, separando las etapas de nuestra vida. Acciones tan pequeñas que sólo el paso del tiempo es capaz de ponerlas en perspectiva, de otorgarles todo su significado.

Y cuando eso ocurre, suele ser demasiado tarde.

Porque no es que Giovanni Drogo se sintiese físicamente cansado para subir los peldaños de dos en dos aquel día. Es que ya no le apetecía. Ya no tenía prisa por llegar a su habitación a abrir un buen libro o a mirar por la ventana el desierto infinito. Ya no sentía el hambre de la juventud, la energía y la curiosidad que agita a los corazones inmaduros.

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Subir los escalones de dos en dos, o hacerlo de uno en uno. La gran diferencia escondida en los matices.

Nos parece que los cambios en la vida son progresivos, pero tiene que haber un instante, una chispa que marque la transición. El antes y el después.

Y esas escaleras no eran unas escaleras cualquiera. Subirlas de dos en dos no era solo una forma de alcanzar la cima más rápido. Significaba brío, ligereza, prisas, ambición. Juventud.

Una juventud que quedó enterrada bajo el peso implacable del tiempo.

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Leyendo el libro pensé que Giovanni Drogo podría ser yo. Que quizá en mi caso no se trate de subir los peldaños de dos en dos, pero que puedo encontrar ese significado en otras acciones de mi vida.

Acciones casi instintivas sin aparente importancia, pero ¿no son acaso estos pequeños detalles los que conforman nuestro carácter, los que nos otorgan nuestra esencia?

Me acordé de cuando cruzo el semáforo corriendo aunque el color verde ya esté parpadeando. Siempre. Como si alguien me esperase al otro lado, como si ganarle al tiempo un par de minutos fuese a marcar la diferencia. Si el semáforo aún no está en rojo, yo tengo la necesidad de acelerar el paso e intentarlo.

Me acordé de cuando bajo corriendo las escaleras mecánicas de la estación de metro si lo veo parado. Aunque no sepa si voy a llegar a tiempo. Si cuando estoy en las escaleras escucho el sonido de su llegada, corro. Porque he aprendido que si dudas, si arrancas tarde, no llegas. Que ese segundo de indecisión es el que marca la diferencia entre coger el tren o perderlo. Y en un mundo regido por las casualidades, quién sabe qué efecto puede tener en mi vida. Entrar en el vagón o esperar al siguiente tren, a veces la felicidad de toda una vida se puede reducir a eso.

En ocasiones las puertas se cierran en mis narices y los pasajeros de dentro me observan con una mirada a veces compasiva y a veces cruel, mientras yo paseo despacio por el andén, aparentando no tener prisa para disimular mi fracaso. Pero, cuando consigo entrar por los pelos una sola vez, cuando la puerta se cierra justo detrás de mí, es entonces cuando merecen la pena todas las derrotas anteriores.

Y me acordé de un principio inamovible: nunca llevo paraguas al trabajo si no está lloviendo al salir de casa. Aunque la predicción meteorológica haya dado 99% de probabilidad de lluvias para la tarde. Aunque me cale hasta los huesos a la vuelta. Me da igual. Si no está lloviendo al salir, el paraguas se queda de casa.

Ya habrá tiempo de volver protegiéndome bajo los tejados y los andamios, pegado a las fachadas de los edificios con los hombros encogidos. ¿Qué encanto tiene, si no, la lluvia en Madrid?

Podría poner mil ejemplos. Y seguro que vosotros también. Esperar a hacer la maleta en el último minuto. Dejaros sorprender por un plan inesperado un martes por la tarde. Quedaros en esa fiesta sin pensar en el mañana. Cruzar el paso de cebra pisando solo las franjas blancas, porque tenéis esa absurda manía.

Lo que sea.

Detalles sin aparente importancia. Acciones casi instintivas, pero que quizá atesoren algo más de nosotros.

Quizá el título de la entrada sea pretencioso. No tengo ni la más remota idea de si la esencia de la vida se encuentra en unos simples peldaños de una escalera o en un paraguas.

Pero sí sospecho que algún día las cosas cambiarán. Que, como Giovanni dejó de subir los escalones de dos en dos, algún día yo me pararé en el paso de cebra cuando parpadee el color verde, o elegiré esperar al siguiente metro, porque 5 minutos no van a ningún lado. O me llevaré uno de esos paraguas plegables en el bolsillo al trabajo. Aunque no esté lloviendo.

Y no me daré cuenta cuando ocurra, no sabré reconocer la importancia de ese momento. Tendrán que pasar años para que entienda que en ese preciso instante estaba perdiendo una parte de mi juventud.

Quizá por eso quería escribir hoy esto, para ser consciente de la importancia de esos detalles, y para saber cuál es la verdadera medida del tiempo. Porque en el mismo libro también leí que los años transcurridos no se miden tanto en días como en ganas de vivir, de hacer cosas, de sentirnos jóvenes.

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Y  por eso podemos jugar con el tiempo, manipularlo. Subir los peldaños de dos en dos hasta que no nos queden fuerzas, correr para cruzar el semáforo o mojarnos volviendo del trabajo. Lo que sea. Para exprimir todo su jugo a la vida, para no darnos por vencidos todavía.

 

@Soldadito_m 

14 comentarios

  1. Yo nunca he corrido ni para coger el bus..o metro!! siempre he sido algo cauta hasta cuando no debía serlo, y aún así, me he dado de cada morrazo…jajajaja. Lo único que hacía era subir la escalera del patio de mi tía de dos en dos o tres en tres…ahora de uno en uno y sin prisitas.

    Me ha encantado leerte.
    Un besito.

  2. ¡Hola, Soldadito!
    Vaya pedazo de post, recuerdo haberlo leído pero nunca me animé a comentar. Y ahora que he vuelto, que he puesto un poco de orden a mi blog, también he aprovechado para regresar a este maravilloso lugar. Y no sabes la alegría que me ha dado releer este post, porque ahora que vuelvo a hacerlo parece que hubiera cobrado más sentido para mí.
    Me he sentido totalmente identificada, he de confesar que yo también hago todo eso que describes: apurar el paso cuando el semáforo parpadea, no llevar nunca paraguas cuando salgo si no ha empezado a llover, correr cuando el metro está llegando (cuando viajo, porque aquí no tenemos metro jaja)… La verdad es que nunca me lo había planteado de esta manera, pero es cierto que esos momentos al final acaban marcando la diferencia. Porque, aunque parezca un cambio tan insignificante, en realidad es un cambio de mentalidad entre una etapa y otra de nuestra vida.
    Gracias, de verdad, por invitar siempre a la reflexión y hacer que sea tan bonito leerte.
    Un abrazo,
    Miss Poessía

  3. Una magnífica entrada que me ha hecho reflexionar!! Ya no subo las escaleras de dos en dos,y no corro por llegar al tren,si puedo lo cojo y si no al siguiente, será que estoy empezando a madurar.Gracias por compartir,un saludo

  4. Yo ya no subo los escalones de dos en dos, antes los subia de cuatro en cuatro y ahora lo hecho de menos.
    Ya lo sabia pero no lo habia dicho en alto, quiza sea hora de cambiar algo.
    Lo mejor de lo que escribes es la huella inmaterial que deja.

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