Dejar que te pasen cosas

Carpe diem, salir de tu zona de confort, vivir persiguiendo tus sueños, a contracorriente, fuera del rebaño… Nos lo han contado de muchas maneras.

Sin embargo, el otro día di con una frase mejor en un artículo sobre la llamada generación Beat de escritores, aquellos que hicieron de una vida aventurera su estilo propio. Su estilo de vivir y de escribir. Porque vivir y escribir fue lo mismo para ellos, aunque ¿acaso hay otra manera de hacerlo?

El caso es que aquellos escritores marcaron una época y aún hoy siguen inspirando las vidas aventureras de jóvenes y no tan jóvenes que sueltan amarras de la rutina. Os lo confesaré, los libros de esta generación suelen decepcionarme y no logré terminar “En el Camino” de Jack Kerouac. Me declaro culpable.

Sin embargo es precisamente de él de quien he venido a hablaros. Porque en ese artículo encontré una frase que me gustó mucho más que todos los “carpe diem” y el resto de slogans con sabor a Mr. Wonderful. Una frase mucho más sencilla pero que me llegó, como muchas veces nos llegan cosas sin aparente importancia, detalles que tienen un efecto en nosotros sin saber muy bien el porqué. Intuyo que la respuesta está en uno mismo, en que en esos momentos somos como la tierra recién labrada, fértil para que una semilla germine en ella.

La frase en cuestión se refiere a la filosofía de vida de Kerouac, que se resume en cinco palabras: “dejar que te pasen cosas”

Muy simple y a la vez llena de significado. Dejar que te pasen cosas.

Cuando leía el artículo frené en seco en esa frase, mientras comenzaba a vislumbrar que podría ser el germen de una futura entrada. Ese momento de inspiración que tantos escritores se afanan en encontrar. La semilla que da lugar a la obra. El momento de la creación artística, que lo llamó Stefan Zewig.

Pero volvamos a lo nuestro.

Dejar que te pasen cosas.

Cinco palabras que pueden no significar nada y significarlo todo. Cinco palabras que no llegan a cubrir un reglón y que a su vez pueden describir toda una vida. Cinco palabras que retumbaban en mi cabeza después de haber leído el artículo.

Porque al terminar de leerlo pensé que la mayoría de las veces yo soy de los que no dejan que le pasen cosas. Y es que escribir sobre algo no significa aplicarlo. Es más, quizá los que escribimos lo hacemos para compensar lo que nos falta. Para redimirnos, para acercarnos a lo que nos gustaría ser, para cambiar la realidad. Así que, no os fieis de nosotros.

Pero cuidado. Dejar que te pasen cosas no significa solamente viajar a Vietnam con un billete solo de ida para sentir la libertad absoluta. No tiene que suponer vivir experiencias al límite, probar sustancias que nos hagan volar o tener una vida alocada lejos de responsabilidades. Ahora parece que ir a contracorriente es la única forma de poder decir que hemos vivido. Que la forma de medir la intensidad de una vida es la cantidad de destinos paradisiacos que se pueden contemplar en tu muro de Instagram. Aunque estés allí aburrido con alguien a quien no soportas. Lo que importa es sonreír para la foto.

Esas experiencias pueden estar muy bien, pero creo que Kerouac no se refería sólo a eso.

También se refería a dejar que te pasen cosas yendo al supermercado, saliendo al bar de todos los fines de semana o en la oficina. Porque se trata de una forma de ser, de una predisposición más que de una actitud.

Significa estar abierto a lo que pueda ocurrir. No ser tú tu propio límite. Significa perder el miedo, y significa otorgar a las cosas la importancia que tienen.

Dejar que te pasen cosas es sacar a esa persona a la pista de baile en vez de quedarte mirando, hablar con desconocidos y mezclarte con la gente. Significa mirar con unos ojos diferentes, olvidarte por un momento de ti mismo y degustar instantes de lo cotidiano.

No es sólo alejarte de la rutina y vivir a contracorriente “porque sí”, sino dejar que te pasen cosas también en tu rutina.

Por eso me gusta la frase.

Y puede aplicarse siempre. En todos los momentos de tu vida. Un fin de semana, en vacaciones, pero también un jueves por la mañana de Octubre.

Son aquellas cosas que podrían constituir episodios de la novela de tu vida si se escribiera. Porque los momentos que quedan grabados en el calendario son a veces los que menos esperábamos, y están a la vuelta de la esquina. A veces a una casualidad de distancia. Y puedes dejar que te pasen cosas en tu ciudad, en la oficina o incluso en tu habitación.

Dejar que te pasen cosas es también ir a otro país y sumergirte en su cotidianidad, sin limitarte a ser un turista para convertirte en viajero. De lugares y de personas.

Eso es lo que entiendo yo, y al pensarlo me acordé de un amigo que siempre insistía en viajar así, a las entrañas de los países. Conociendo lo que no sale en el folleto de la agencia de viajes, alejándose de hoteles de catálogo y de grupos de turistas buscando la diversión cosmopolita. Cuando viajaba con él sabía que iba a ser un viaje diferente. Sabía que íbamos a conocer gente que realmente representaba a ese país. Gente corriente, de la calle, personas anónimas, vidas minúsculas que recogiesen de verdad la esencia del país.

Y así es como surgían las mejores historias, las que luego contábamos a la vuelta ante la mirada embobada de nuestros amigos. Las historias en las que acabas cenando comida casera con una familia de Tailandia, las que te llevan a pueblos desconocidos de Marruecos donde no ves ningún turista en kilómetros o las que terminan con un aprendizaje mientras observas a un músico versionando a Jhonny Cash. Porque a la vuelta, sobre todo pasado un tiempo, no nos acordábamos tanto de los monumentos que habíamos visto como de esas pequeñas aventuras que encontramos sin buscarlas. Supongo que la memoria es más sabia que nosotros para seleccionar recuerdos.

Así que cuando leí la frase de Kerouac, pensé que mi amigo seguía esa filosofía. Vivir (y viajar) dejando que te pasen cosas cada minuto. Como forma de vida. Abierto a lo desconocido. Con una sonrisa abierta, sabiendo que delante hay personas que en el fondo están deseando correr una aventura. Que están dispuestas a abrirte las puertas de su casa si conectas con ellos. Porque a veces viajamos con el gesto torcido, a la defensiva ante los lugareños. Con los franceses por ser franceses, con los ingleses por ser ingleses y con los italianos porque llevan bañador y calzoncillo debajo. Bueno, en ese último caso quizá está justificado.

Pero realmente el buen humor, la sonrisa, el optimismo, es la llave que puede abrir cualquier puerta. Y detrás de esa puerta hay historias extraordinarias.

Y me di cuenta de lo fácil que era encontrarlas. Solo había que responder en vez de quedarte callado, hablar a ese desconocido en vez de dejarte vencer por la timidez, de coger ese camino menos transitado por los turistas.

Bastaba con eso, y marcaba la diferencia.

Supongo que Kerouac se refería a algo así cuando hablaba de dejar que te pasen cosas. En pasar por el mundo dejándonos notar, marcando una diferencia aunque sea en las pequeñas cosas de la vida.

Se puede decir de formas mucho más enrevesadas, más solemnes o incluso con palabras mucho más bonitas. Pero a veces lo sencillo gana a lo complejo, y yo entendí qué quería decir esa frase. Quizá porque la mayoría del tiempo soy de los que no deja que le pasen cosas.

Porque yo mismo soy de los que se ha quedado en casa muchas veces perdiendo oportunidades ahí fuera, de los que ha rechazado conversaciones “porque no le conozco de nada” y de los que ha esperado sentado a que la chica le sacase a bailar (nunca ocurría). De los que han ido de casa al trabajo y del trabajo a casa sin prestar atención a nada, corriendo por llegar a ningún lado. De los que, entre ir y no ir, han decidido quedarse muchas veces.

De los que ha hecho viajes siguiendo a la manada, convirtiéndome en un turista anónimo como tantos otros, pagando por una diversión globalizada que podría encontrar en cualquier lugar del mundo. He sido de los que ha saltado de entusiasmo al encontrar españoles en aquellos destinos, si darme cuenta de que era lo que convertía mi viaje en un viaje de manual.

Y quizá por eso me gustó esa frase, y escribo sobre ello porque admiro a los que son capaces de hacerlo siempre, como mi amigo.

Pero supongo que todo esto ya os suena.

Creo que muchos de nosotros, en el fondo, estamos deseando que nos pasen cosas. Nos cruzamos por la calle y nos miramos con desconfianza, aunque algo dentro de nosotros grité por un poco de atención.

Así que espero empezar a dejar que me pasen más cosas. Y podrán pasar o no pasar. Pero lo que es seguro, es que si no dejas que pasen cosas, no pasan.

Porque veces para que pasen cosas hace falta también la suerte, el destino, el azar, o como queramos llamarlo. Cuántos de esos días marcados en el calendario comenzaron con una casualidad, una de esas que pensabas que sólo ocurrían en las películas. Un golpe de fortuna, dijiste.

Pero el caso es que estuviste ahí, en la brecha, esperando a que pasase algo.

Y quizá se trate de eso, de estar en la brecha, preparado para cuando ocurra. Abierto a que pase algo. Y, cuando llegue el momento, dejar que pase.

Ya sabéis que me conformo con poco, un comentario, un compartir, un contacto, lo que sea para saber que hay alguien ahí.

@soldadito_m

49 comentarios

  1. Hola,
    gracias por este artículo, sin querer, lo has escrito para mí, y yo sin querer, he acabado leyéndolo.

  2. ¡Me encanta tu artículo! Yo también tengo cierto ‘problema’ con la generación Beat, no sé por qué pero no logran engancharme 🙁 pero estoy de acuerdo con la filosofía. No tienes que pasarte la vida haciendo ‘super planes’, también se trata de dejarte llevar un poco y disfrutar de esos ‘encuentros en el supermercado’ 🙂 A mi me gusta mucho una frase de John Lennon: «la vida es lo que te va pasando mientras tú te empeñas en hacer otros planes».

    Espero que tengas un buen día! Un abrazo!!

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