natalia ginzburg

El oficio de escribir según Natalia Ginzburg

(extractos del libro Las Pequeñas Virtudes)

Siempre estaba a la caza de personajes, estudiaba a la gente en el tranvía y por la calle, y cuando encontraba una cara que me parecía apropiada para entrar en un cuento, tejía en torno a ella particularidades morales y una pequeña historia. Estaba a la caza también de detalles del vestir y del aspecto de las personas, o de los interiores de las casas, o de los lugares; si entraba en una habitación por primera vez, me esforzaba por describirla mentalmente y me esforzaba por encontrar algún menudo detalle que fuera bien en un cuento. Tenía un cuadernito en el que escribía ciertos detalles que había descubierto o leves comparaciones o episodios que me prometía poner en los cuentos. […] El cuadernito se convertía en una especie de museo de frases, todas cristalizadas y embalsamadas, muy difícilmente utilizables. […] Cuando uno escribe un cuento, debe poner en él lo mejor de lo que posee y de lo que ha visto, lo mejor de todo lo que ha recogido en su vida. Y los detalles se gastan, se deterioran si se llevan con uno sin utilizarlos durante mucho tiempo.

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Cuando escribo historias soy como alguien que está en su tierra, por caminos que conoce desde la infancia y entre los muros y los árboles que son suyos. Mi oficio es escribir historias, cosas inventadas o cosas que recuerdo de mi vida, pero, en cualquier caso, historias, cosas en las que no entra la cultura, sino sólo la memoria y la fantasía. Éste es mi oficio, y lo haré hasta que muera.

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Los días y las cosas de nuestra vida, los días y las cosas de la vida de los demás a que nosotros asistimos, lecturas, imágenes, pensamientos y conversaciones: se alimenta de todo esto y crece en nuestro interior. Es un oficio que se nutre también de cosas horribles, come lo mejor y lo peor de nuestra vida, a su sangre afluyen lo mismo nuestros sentimientos buenos que los malos. Se nutre de nosotros y crece en nosotros.

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Ha habido en mi vida interminables domingos desolados y vacíos, en los que deseaba ardientemente escribir algo para consolarme de la soledad y del aburrimiento, para ser acariciada y acunada por frases y palabras. Pero no ha habido medio de que me saliera una sola línea. Mi oficio, entonces, siempre me ha rechazado, no ha querido saber nada de mí. Porque este oficio no es nunca un consuelo o una distracción. No es una compañía. Este oficio es un amo, un amo capaz de darnos de latigazos hasta que nos salga sangre, un amo que grita y nos condena. Nosotros tenemos que tragarnos saliva y lágrimas, y apretar los dientes, y limpiarnos la sangre de nuestras heridas, y servirle. Servirle cuando él nos lo pide. Entonces, nos ayuda también a mantenernos de pie, a mantener los pies bien firmes en la tierra, nos ayuda a vencer la locura y el delirio, la desesperación y la fiebre.

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Así es mi oficio. Dinero, ya veis que no produce mucho; más aún, siempre hace falta trabajar al mismo tiempo en otro oficio para vivir. A veces también produce un poco, y obtener dinero gracias a él es una cosa muy dulce, es como recibir dinero y regalos de manos del ser amado.

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Natalia Ginzburg (1916-1991)