Soplando remolinos

Nos dijeron que cuando encontrásemos un remolino, lo soplásemos al aire mientras pedíamos un deseo.

Pero cuidado, tenía que ser un secreto sólo para nosotros. Si se lo contábamos a alguien, ya no se cumpliría.

Aunque ese “alguien” fuese tu mejor amigo. Esa persona a la que tenías unas ganas locas de contarle cualquier cosa que te pasara. Para hacerle cómplice, porque un secreto compartido entre niños convertía una relación en algo único.

Así que allí estábamos. Con los ojos cerrados y los puños bien apretados, soplando un remolino que se deshacía al viento, mientras pedíamos con todas nuestras fuerzas que se cumpliese aquello que tanto queríamos.

Había dos tipos de niños. Los que pensaban en grande, pidiendo que se acabasen las guerras o el hambre en el mundo. Y aquellos de pensamientos más limitados, que pedían sencillamente que la chica de clase que les gustaba por fin les hiciese caso. Mejor empezar por algo pequeño, que ya habría tiempo de cambiar el mundo.

Otros preferíamos un mixto. Un deseo para nosotros y otro para la humanidad. A ver si así engañábamos a Dios, o a lo que quiera que fuese, para que nos concediese nuestro sueño enmascarado en un bien mayor.

Era entonces cuando nuestra mirada nos delataba, o quizá el tiempo que pasábamos allí meditando en voz baja. Y algún mayor venía y te decía que cuidado, que sólo se podía pedir un deseo. Y que si pedías dos, ninguno se cumpliría. Igual que si se lo contabas a tu mejor amigo.

Así que veíamos ante nosotros la encrucijada de pedir pero sin avaricia, y de mantenerlo para siempre en secreto. Y cuando eres un niño, ese “para siempre” suena demasiado lejos.

Luego el tiempo pasaba, y supongo que estábamos atentos a las noticias para saber si las guerras por fin se habían terminado o si ya no había niños pobres en el mundo. O íbamos a clase con la esperanza de tener una carta de amor en el cajón. Una de esas escritas a mano como las que guardas en el armario, entre los jerséis o metida entre un par de libros.

Pero normalmente nada ocurría. El sueño se desvanecía como el remolino que habíamos soplado.

A veces no era un remolino. La operación se repetía al soplar las velas de una tarta o al ver una estrella fugaz.

Y en voz baja nos repetíamos ese deseo en el que pensábamos cada noche en la vigilia que precede al sueño: “Que C se fije por fin en mí, que me haga caso” A ver si esta vez toca.

Supongo que éramos soñadores, como la película de Bertolucci.

Y supongo también que muchos lo seguimos haciendo. Quizá ya no con un remolino o con una estrella fugaz. Pero puedo ver por la calle las caras de los soñadores, aquellos que van con sus cascos puestos camino al trabajo, pero tienen la mente en otra parte. Imaginando cómo sería su vida de otra manera, visualizando cómo van a sorprender esta noche a su pareja o pidiendo un deseo, uno de esos inconfesables.

El otro día fui al campo y encontré un remolino de esos que aparecen cuando se acerca la primavera. Ya tenía pensada esta entrada, así que lo cogí y soplé. Y, cerrando los ojos, pronuncié para mis adentros un deseo.

Porque quizá la vida va de eso. De seguir soplando remolinos. De mantener la ilusión de un niño. De ver estrellas fugaces y no poder evitar apretar los puños suspirando por aquello que queremos. Estoy seguro de que muchos lo hacéis.

Y ese día yo también soplé.

No sé si se cumplirá o no, pero yo lo intenté, y creo que tengo mis opciones. Pero no os lo voy a contar.

Porque los sueños, si son de verdad, no se dicen. Se cumplen y punto.

15 comentarios

  1. Excelente entrada, como todas las que has publicado. Como bien dices, no hay que perder la ilusión. Estoy convencido de que tu deseo se cumplirá. Un saludo.

  2. Crecer no significa esconder o enmudecer a tu niño interior, yo sigo soplando remolinos, deshojando margaritas, soplando mis velas de cumpleaños, en año nuevo mientras me como mis 12 uvas debajo de la mesa, y buscando estrellas fugaces para pedir mis deseos. Soñar en que algún día se hagan realidad no cuesta nada y pone siempre un sonrisa en tu rostro.

  3. Pues cumple ya de una vez, porque no estoy para perder el tiempo con alguien que parece no tomarse
    en serio ni sus propios sueños.
    Si te parezco dura, todavía no he empezado, en eso supongo que no te cabe duda.
    100% amigo ¿ó ya te olvidaste?

  4. Yo «quiero ver» señales… Como que suene justo «esa canción» cuando estás pensando en «ese alguien», o que te hable de ese tema al que llevas días dándole vueltas, o que os encontréis tarareando la misma canción en el mismo momento… Esas coincidencias que parecen indicarnos que los planetas se han alineado, por fin, para ti. No sé si serán reales, pero pasan. Quizá (por qué no?), que hayas vuelto después de haberte echado de menos sea señal de que grandes cosas están a punto de pasar!! 🙂

  5. Llevo tatuado un remolino, y sigo haciéndolo, soñando, pidiendo deseos y enseñando a los peques de alrededor la magia de soplar deseos al viento. Soñar es imprescindible. Bienvenido de vuelta, por cierto. Me alegra volver a leerte.

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