Vidas minúsculas

No puedo evitarlo.

No puedo evitar fijarme en algunas personas e imaginar la vida que tienen detrás. Vidas que jamás conoceré.

A veces pensamos en la complejidad de nuestra vida, llena de preocupaciones, sueños y pasiones. Pensamos que somos únicos soportando esa carga vital que llevamos encima. Que nuestra profundidad de pensamientos es mayor que la de los demás, igual que nuestras dudas y nuestros anhelos. Pero somos más parecidos de lo que creemos.

Así que a veces dirijo mi mirada inquieta hacia esas personas que están delante de mí en el metro, en la cola del supermercado o sentados a mi lado en el autobús. Personas a las que nunca volveré a ver. Y pienso en todas las pasiones, miedos y esperanzas que esconden esas vidas minúsculas.

Porque así es como las llamo, como en el libro de Pierre Michon. Vidas minúsculas. Aunque para cada una de esas personas no tengan nada de minúsculo sus vidas.

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Este afán observador se intensifica cuando estoy en el extranjero. Porque la patria ajena es una fuente inagotable de vidas minúsculas, y porque allí, en el extranjero, estamos más abiertos a explorar, a preguntarnos el porqué de las cosas y a ir más allá. Porque nuestra mente se convierte en un terreno mucho más fértil al cambio, a lo nuevo y a la imaginación. Porque estamos fuera de nuestra zona de confort. Pero ya escribiré sobre ello.

Volvamos a lo minúsculo.

Hace poco estuve en Paris visitando a una amiga. Anochecía. Y en uno de los tramos en los que el metro circula por el exterior pude ver un edificio que atrajo mi atención. Era un edificio gris de mediana altura en un barrio pobre, la mayoría de ventanas tenían las persianas subidas y la luz del interior iluminaba cada estancia, como si fuese un panal de abejas gigante. El edificio estaba muy cerca de la línea de metro, así que podía ver con bastante claridad el interior de cada casa.

El metro se detuvo justo enfrente. El motivo de tal parada lo anunciaron en francés, pero yo imaginé que esa voz enlatada de la megafonía decía “el tren ha realizado una parada momentánea para que los viajeros puedan observar las vidas minúsculas del edificio gris”

Como cuando en Jurassic Park paran con el coche para ver a los dinosaurios. Esa escena todos la recordamos.

frases jurassic park

Y el metro se mantuvo parado enfrente de aquel edificio un par de minutos. Tiempo suficiente para poner en marcha esta afición mía de imaginar vidas minúsculas. Porque cada una de esas ventanas constituía un hogar. Hogares en los que la vida acontecía sin descanso, con todas sus trivialidades, pero también con todas sus complejidades. Sueños imposibles, pasiones inconfesables, discusiones de pareja, soledad en reclusión, soledad en compañía –la peor de todas-, amores y desamores, ilusiones y esperanzas de un ayer que no volverá. Para mí ese edificio representó por unos momentos el escaparate perfecto de la condición humana.

E incluso pude distinguir desde la distancia algunas personas. Viendo la televisión, preparando la cena o a punto de irse a dormir. Y en una de las ventanas, la silueta de una chica mirando hacia el metro. Y yo hacia ella.

Nuestras miradas se cruzan y por mi mente pasa un pensamiento. Bajar de este vagón, acercarme al edificio y tocar al telefonillo del tercer piso donde se encuentra esa silueta misteriosa. Calculé en un par de minutos el tiempo que me llevaría realizar la operación.

Quizá sería un buen inicio para una novela de misterio, pero no os voy a engañar. Yo me quedé en el vagón hasta que el metro se puso en marcha. Y, mientras se alejaba, la chica de la silueta desapareció mientras yo pegaba mi frente al cristal para apurar esos últimos segundos de nuestro encuentro. Miradas cruzadas entre dos desconocidos. Una de tantas historias de amor que nunca se escribirán.

Pero la afición de observar vidas minúsculas no se limita a situaciones tan novelescas.

Recuerdo un viaje de verano en el que estaba en Zagreb tomando unas pintas en una terraza con mis dos amigos. Sí, era el mismo viaje de Johnny y su guitarra. No teníamos demasiado que hacer. A veces pienso que únicamente en el extranjero me deshago de las prisas. Las dejo en España. Sólo allí puedo perder el tiempo sin sentir que no estoy cumpliendo con alguna tarea más productiva que me reclama. Como cuando en la Universidad salía un fin de semana, pero me martilleaba el continuo cargo de conciencia de que debería estar estudiando.

En Zagreb no había martilleo ni cargo de conciencia. Con la serenidad de no tener mucho que hacer, nos pusimos a jugar a un sencillo juego. Se trataba de observar a los transeúntes e imaginar las vidas de aquellos que nos llamasen más la atención.

mejor... imposible

Y así pasábamos el rato. Algo absurdo, lo sé, pero con unas pintas puede tener su punto.

  • Profesor de instituto. Vive con su madre. No logró superar la ruptura justo antes de la boda y ahora mira la foto de su ex cada noche antes de dormir.
  • 35 años. Vive solo. Se alimenta a base de latas de conservas y tiene 2 gatos. Las deudas se acumulan y debe dos meses a su casera. Tiene un secreto inconfesable, por las noches asiste a una especie de secta en la que se dan las prácticas más turbias de la ciudad. Como en Eyes Wide Shut.

Esa película, por cierto, siempre me ha recordado a las vidas minúsculas. Concretamente me ocurre con una escena. No es la más importante de la película, pero es la escena que se me quedó grabada cuando la vi.

Se trata de Tom Cruise caminando en la noche de Nueva York. Solo, tras una discusión con su pareja. Un ambiente sórdido envuelve su paseo, el misterio se respira en cada esquina. La mirada del actor es intranquila, como si sospechase de todo lo que encuentra a su paso. Como si supiese que algo está a punto de ocurrir. Y esa sensación trasciende al cine, te invade por unos momentos y te conviertes en el protagonista. Porque podría pasarte a ti cuando vuelves una noche a casa tras una salida nocturna.

tom cruise

Finalmente se produce el encuentro con una prostituta, una vida minúscula que causa un importante impacto en él. Porque le ha cogido en un momento reflexivo, de esos en que una mente es un terreno fértil para sembrar. Para sembrar lo que sea. Miedos, esperanzas, un amor. Como en el extranjero.

La noche continúa, Tom habla con un amigo en un bar y tiene una surrealista escena en una tienda de disfraces, estableciendo contacto con las vidas minúsculas que encuentra a su paso, y que luego desaparecen de su vida. Como la chica de la silueta desapareció de la mía. Todo ello rodeado por una atmósfera sórdida y enigmática.

eyes wide shut

A veces mi hambre de vidas minúsculas ni siquiera requiere el contacto visual. Cuando estoy en un avión y se acerca a tierra para aterrizar, no puedo evitar asomarme por la ventana y observar todos esos diminutos chalets adosados cercanos a los aeropuertos, y me imagino las vidas que los habitan. O pienso en las personas que en ese preciso instante pasan por la autopista en la lejanía, en esos pequeños coches que veo pasar.

Y pienso en lo absurdo de que creamos que nuestros mejores amigos estaban ahí esperándonos. O que nuestra pareja era nuestra media naranja. No.

Quizá en un pueblo recóndito al que nunca iremos se encontraba nuestro mejor amigo. Nuestra alma gemela. O quizá en uno de esos chalets adosados vive la mujer de la que me enamoraría perdidamente.

¿No tienes alguna vez la sensación de que te estás perdiendo algo? ¿No te preguntas cómo es posible que sus caminos no se crucen con los nuestros y no piensas que, a lo mejor, son gente estupenda, a la que, sin embargo, jamás llegaremos a conocer?

La Fiesta de Ralph – Lisa Jewell, 2000

A veces me pregunto si alguien me mirará a mí con esa inquietud. Analizando mis movimientos en silencio, de manera clandestina, imaginando mi vida minúscula. Porque yo lo hago.

Quizá por eso también escribo. Porque en cierto modo este blog me permite estar en contacto con vidas minúsculas. Las vuestras. Porque me hacéis formar parte de vuestra vida sólo con leerme. Y vuestras vidas dejan de ser minúsculas cuando me escribís un comentario, o un email. Así saciáis esta sed mía de conocer, de saber quién vive en esos chalets adosados, quién está en la cola del supermercado o quién se sienta junto a mí en el autobús.

Y si alguna vez estás en el metro y un chico te mira con una mirada de esas que llegan hasta el fondo, que sepas que quizá sea yo intentando averiguar tu vida minúscula.

E intentando que deje de ser minúscula para mí.

@soldadito_m

34 comentarios

  1. Impresionante como escribes y trasmites tu mensaje. Tienes un don de la palabra querido soldadito marinero, yo también soy de observar mucho a la gente, de dejarme llevar por lo que pasa por mi cabeza cada que veo a alguien y quiero saber más. Porque a pesar de la tecnología y de que cada vez nos fijamos menos en el prójimo es genial descubrir que hay personas que aún están atentas, que aún observan y quieren descubrir vidas minúsculas en otras personas para hacerlas grandes y sobre todo significativas. Gracias guapo 🙂

  2. Has escrito lo que me ronda siempre por la mente. Algunos me llaman cotilla, yo me identifico como una curiosa empedernida.

  3. Yo también he jugado a ese juego de empezar a decir datos sobre personas que pasan y empezar a imaginar historias. Me ha gustado mucho este post y está completísimo. Y el final ya ni te digo 🙂

    ¡Un saludo!

  4. Es curioso: llevo toda mi vida (desde que tengo uso de razón, casi) haciendo justamente lo que describes. Todo. Yo también miro atenta los chalets desde el avión y los coches que se desplazan y que dejas atrás rápidamente. ¿Cómo de minúscula será mi vida para los demás? ¿Qué hacen todos los demás mientras yo como palomitas y escribo un comentario en un blog?

    Desde que no tengo pareja me cuesta mucho estar en casa. A veces me paso “tirada” en la calle los días, evitando volver, paseando, sentada en un brete, leyendo en un banco… Creo que en el fondo es miedo, pero uno que sólo yo comprendo: que tuviera que cruzarme con alguien y que dejase de hacerlo por estar en el sofá. Porque todos vienen y van con un destino, menos yo, que espero el mío. Y sé que no está bien, que la felicidad depende de uno, que es un estado de conciencia, que hay que sentirse completa estando sola… Y aquí estoy yo, pensando en salir de casa otra vez.

  5. Si todos tuviésemos el valor de arriesgarnos… De no quedarnos con las ganas de conocer a alguien cuando tenemos esa sensación de que puede cambiar nuestra vida… Probablemente de esa manera encontraríamos más rápido la felicidad.

    De verdad, gracias una vez más y como cada entrada, por crear magia. Ojalá yo algún día sea capaz de crear la misma magia que tu.

  6. Estoy viendo que somos muchos observadores de vidas minusculas, con una imaginacion infinita, mentes rápidas, soñadores compulsivos, ingenuos y en la parra para los demás… Me reconforta y me siento menos sola en mi vida minuscula imaginando y observando la de los demás. Hace dos días recibí una llamada de un observador de mi minuscula vida. Sí! Emocionante… de peli total.. Me contó que hace unos días me observó hablar con una amiga y le encanté, que se imaginó una vida conmigo y me queria conocer y conquistar… Cuando me despedí de la chica, le pregunto por mi y le pidió mi numero y que una vez que reunió el valor suficiente, me llamó… Yo flipando mientras le escuchaba… Pensé multitud de cosas como que yo eso lo hubiera echo en otras ocasiones en otros momentos de mi vida o que era una burla o broma, en que me podía haber reconocido de alguna vida pasada, de hecho se lo dije… Tantas cosas pensé.

  7. Al igual que tú, me encanta divulgar por las vidas minúsculas… ¡No me he podido sentir más identificada!
    Mi reflexión es… Quizá gente como tú, como yo, la que nos rodea que tiene esta maravillosa “manía”, al final termina conociendo más nuestra vida minúscula más que nosotros mismos.

  8. Me encanta…..siempre pensé que eso de imaginarme la vida de los demás sólo lo hacía yo…..al final una va descubriendo que lo que cree que son sus “rarezas” también las tienen otros….

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