Volver a empezar

Es habitual sorprenderme pensando en qué estaba haciendo hace justo un año. O hace dos, o tres, hasta terminar haciendo un repaso a los últimos noviembres de mi vida.

Los libros que leía, las películas que vi o la chica que ocupaba mi mente aquellos días, en esos ratos justo antes de dormirme del todo.

No hace falta que te diga que todo parece más feliz mirando hacia atrás. No le pasa a todo el mundo, pero intuyo que a ti también te ocurre. Porque pensar implica, muchas veces, estar tiste. Y escribir o leer es llevar el pensamiento a otro nivel. Por eso la gente que lee tiene ese halo de tristeza que percibes cuando levantan en el metro la mirada del libro que están leyendo.

No es justo. No todos los lectores están tristes. Quizá no hablo de esa tristeza, pero sí de una sensibilidad o profundidad especial.

Quizá por eso sea la época de las redes sociales, de las stories, de las imágenes, de los youtubers, de los gifs y de twitter. De los slogans de pocas palabras, para que no dé tiempo a pensar mucho. Porque pensar es mirar más adentro, y cuando lo haces siempre ves cosas que no te gustan. Pensar es recordar el pasado, volver a los momentos en los que fuiste feliz, vistos por el retrovisor.

Decía Ribeyro que, en los trenes, él asociaba el paisaje que se ve por la ventanilla con los acontecimientos de la vida. Y diferenciaba a las personas que sientan mirando hacia el sentido de la marcha, como viendo a la vida venir, y las que se colocan de espaldas, mirando lo que quedó atrás.

El tren de mi vida va en el sentido opuesto a la marcha. Miro más hacia atrás que hacia delante. Sé que es un defecto, pero no puedo evitarlo. Hacer acopio de recuerdos y balance del camino recorrido es mi sino. Pero no os confundáis. Quizá también sea una manera de avanzar.

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Hay algo que no puedo hacer bajo ningún concepto. Se trata de leer mis entradas antiguas.

Me consuela escuchar a Jesús Terrés en el podcast con Javier Aznar que le ocurre algo parecido, que entradas que escribió en el pasado le dan hasta vergüenza, le parecen horribles a “su yo actual”. Hasta el punto de dejar a su editora Eva Serrano que se encargue de elegir.

El otro día una amiga me decía que su descripción en Tinder ponía algo como “absténganse intensitos”. No quiere chicos intensos porque dice que están atormentados y se buscan a ellos mismos, no una novia.

Pues mis entradas me parecen eso cuando las releo, intensitas cuanto menos. Cursis, repetitivas y sobrecargadas de imágenes o citas. Como si las simples palabras no fuesen suficiente. Como si hiciese falta relacionar todo con una película y elegir la imagen idónea para que la lectura pueda fluir.

Decía el autor del blog Lambul (ya desaparecido) que era necesario volver a la esencia de las palabras. Como forma de lucha. De lucha frente a lo visual, frente a las dosis de entretenimiento para adormecer el cerebro, frente a Instagram y sus stories. Frente al plato de ensalada con quinoa que ha desayunado tu vecina, los zapatos que se ha comprado tu primo o el vestido de boda que ha elegido tu expareja y que debería darte igual.

Lambul tiene razón. Y yo siempre he cometido el error en este blog de alejarme de las palabras. Por miedo a que no fuese suficiente para ti. Pero siempre hay tiempo para rectificar, para volver a empezar.

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Otra cosa que no hago cuando no escribo es revisar el email o los comentarios nuevos. Porque sé que soy un fraude. Una decepción.

Porque sé que había alguien esperando y que me reprocha que haya abandonado lo que prometí no abandonar. La más dura en este reproche es Mjurstones. La más benevolente quizá sea AJG. Pero siempre percibo esa decepción. Y a nadie le gusta decepcionar.

– No estoy enfadada, estoy decepcionada.

Esas palabras resuenan en mi cabeza. Me las dijo una amiga cuando tuvimos una discusión en el trabajo. Me quedé tranquilo al escucharlas. “No está enfadada”, me dije. Más tarde me di cuenta de que era mucho peor la decepción que el enfado.

El caso es que no vuelvo al blog si no es para escribir, porque no me gusta releerme ni ser testigo de los reproches.

Pero hoy he vuelto. Lo hago con dudas, como siempre. Con dudas sobre si lo que escribo puede sobresalir sobre la multitud. Cada vez encuentro más blogs, textos o libros que no me gustan. Que me hablan de una forma e impersonal y repleta de tópicos vacíos. Que me hacen perder el interés, todo lo contrario que ocurría con el antiguo Manual del Buen Vividor, o con El Cajón de Gatsby en sus entradas antiguas.

Necesito a alguien que me hable al oído. Que me diga cosas. Cosas de verdad. Que me descubra alguna verdad desconocida o que ponga palabras a cosas que yo no sabría expresar.

Y al terminar cada entrada me pregunto si yo lo he conseguido o si añado más palabras huecas al insondable océano de internet.

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Pero mucho más grave que dejar de escribir, me parece abandonar la curiosidad. Esa que todos tenemos de niños y vamos perdiendo.

Y últimamente he corrido el riesgo de hacerlo. Suerte que me he dado cuenta a tiempo. O eso creo. Porque con la pérdida de la curiosidad ocurre como con algunas enfermedades, el paciente no es consciente hasta que es demasiado tarde. Y a veces ni siquiera entonces se da cuenta de lo que ha ocurrido.

Cada vez veo a más gente apagada por la edad. El apagón no ocurre de forma repentina. Se produce lentamente, con el paso de los años, como le ocurre a Giovanni Drogo en El Desierto de los Tártaros.

Un día miras a tu amigo y ves una mirada gris que ya no se entusiasma por nada, unos ojos que ya no buscan. Como si la vida ya no pudiese deparar ninguna sorpresa. Sabiendo que el guion ya está escrito y solo queda esperar de forma pasiva, cumpliendo las etapas que están marcadas. Hipoteca, aumento de sueldo, coche un poco más grande, piso en la playa para la jubilación y a otra cosa. Sin un volver a empezar.

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Sin embargo, a veces algo te hace abandonar ese estado letargo vital. Como dice Alfie, los problemas importantes ocurren un miércoles por la noche.

Mientras tú te preocupas porque todas tus exparejas han rehecho su vida, porque tenías que haberte comprado un piso y ya están subiendo otra vez, o porque no sabes si cambiar de trabajo o de oposición, de repente el miércoles por la noche todo cambia.

Y entonces empieza tu viaje redentor. Es cuando pones en perspectiva los problemas y ajustas la escala de valores. Es cuando la boda de tu ex, el proyecto que tenías que entregar ayer o el precio de los pisos, dejan de tener importancia. Y es cuando se revela lo importante.

Supongo que el coronavirus ha servido, en parte, para eso. Para poner en orden la importancia de las cosas. Pero la cuestión es siempre la misma: cuánto dura ese efecto redentor hasta que vuelves a preocuparte por las facturas, porque se ha estropeado la lavadora o por la boda de tu ex.

Lo explica el doctor Moreno, precisamente, tras salir del Hospital.

Te haces el propósito de cambiar. Pero eso es difícil de ejecutar. Porque sales y la vida es la misma y no tenemos muchas posibilidades de escaquearnos de la inercia. Toñi me dice hoy, como cada día: “¿Para eso te ha servido ponerte malo? No has cambiado nada, no has aprendido nada”.

Yo creo que, en el fondo, algo queda. Y es ahí cuando debes aprovechar para cambiar, para recuperar la curiosidad de un niño, soltar lastres del pasado y mirar al futuro. Para volver a empezar.

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He preparado dos entradas de las de antes.

Y voy a publicarlas. Espero que os gusten, si alguien sigue ahí detrás de la pantalla después del abandono. Que despierten curiosidad en vosotros. Y que os hagan mirar hacia atrás o hacia delante, como en los trenes de Ribeyro, pero que siempre sea para avanzar.

28 comentarios

  1. Estaba haciendo campo en mi correo, encontrándome con cosas terribles, como audios de mi ex, screenshots de conversaciones absurdas, fotos con amigas que ya no lo son y en eso, un correo tuyo del 2016! Agradeciéndome por haber leído el post sobre leones y jirafas. Inmediatamente di clic a tu página ♥ es cierto que mucho ha cambiado, que ahora el contenido audiovisual está por todas partes, pero tal cual como lo dijiste en este post, yo te leo y sigues despertando algo en mí, lo mismo que hace 7-8 años atrás, y aunque veo que dejaste de escribir de nuevo, porque tu última entrada dice 2020, seguro aún conservas el don tuyo y cuando quieras, volverás a escribir y la magia ocurrirá. Un saludo desde Perú – Arequipa.

  2. Volver a empezar… Para volver a empezar hay que dejar el pasado atrás, asegurarse de dejarlo cerrado, para que, cuando vayas viajando en el sentido contrario de la marcha, seas consciente de lo que dejas atrás, y de que efectivamente lo dejas atrás. Y cuando viajes en el sentido de la marcha, sientas que estás abierto a recibir.
    Un cambio de ciudad puede ayudar.

    Saludos! gusta leerte

  3. Uno cambia si quiere cambiar. Pero los cambios no pasan de un día para otro sino que hay que trabajarlos ¡Y mucho!

    Qué bien tenerte de vuelta!

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