No falla.
Es meterme en un tren y encontrar la inspiración para escribir.
Quizá sea porque no hay nada más que hacer aquí dentro. Porque estoy atrapado en este vagón y no puedo salir para dar rienda suelta a la dispersión que suele acompañar a todos mis proyectos. Divagar. Empezar mucho y no terminar nada.
Aquí no. Aquí sólo tengo el paisaje cambiante que veo por la ventana y a mi compañero de asiento, esta vez un señor de unos 50 años y pelo canoso, afanado en escribir un correo electrónico con su portátil golpeando las teclas con fuerza desmedida.
Lo malo es que aquí dentro rara vez tengo el soporte adecuado para apuntar las ideas que acuden a mi mente. Así que después del viaje las notas se amontonan en pequeños papeles, en el móvil o incluso en el propio billete de tren. A veces en el de vuelta, lo que conlleva la mirada reprobatoria de la empleada de Renfe cuando observa perpleja mi billete garabateado. En cierto modo ella ha sido la primera en ver esta entrada. Palabras sueltas y frases inconexas. Algunos tachones y a veces algún dibujo en los márgenes.
El caso es que el billete queda hecho un cuadro. Y el sobre que lo contiene también. Estoy hablando de esto:
La letra es lamentable, lo sé. Eso me recuerda a mis compañeras de la Universidad. Una vez que terminaban de tomar sus pulcros apuntes con letra perfecta y redondeada, me decían que luego los pasarían a limpio en casa. ¿A limpio? Sus “borradores” eran infinitamente mejores que mis versiones definitivas.
De esto hablaba antes. Pierdo el hilo con facilidad. Me disperso. Me voy por las ramas y no termino. Volvamos a lo nuestro.
Últimamente viajo bastante por trabajo, así que ahora se acumulan las notas en mi mesa. Las ideas para futuras entradas, de las cuales algunas verán la luz mientras que otras quedarán en el olvido para siempre. Luego toca pasar todas esas notas a un Word. Las copio tal cual las anoté, sin sentido. Soy un desastre y no pocas veces soy incapaz de tirar del hilo, de entender qué quise decir con esas palabras sin aparente significado. A veces porque no representan nada sin su contexto, y a veces porque ni siquiera entiendo mi propia letra.
Porque las ideas a veces me sorprenden en los momentos más inverosímiles. Y en ese momento, lo importante, lo que me obsesiona, es anotarlas. Sin importar dónde. Dejar rastro para luego poder volver a ellas. Hasta que no las veo escritas no me quedo tranquilo. En ocasiones las ideas me asaltan en medio de la calle, con los cascos puestos yendo al trabajo, porque la música también despierta la inspiración. Y retengo esas ideas en mi memoria como puedo, porque dicen que la memoria instantánea sólo dura 20 minutos. Después, lo habrás perdido para siempre a no ser que alguna situación del día me lo recuerde de nuevo.
La anoté en el cuaderno que llevaba para tomar notas en la calle sobre aquellas cosas que pudieran serme útiles para mi libro.
París no se acaba nunca, Enrique Vila-Matas – 2003
Pero a veces confío demasiado en mi memoria, sobre todo por la noche, debido a la incomodidad de levantarme a apuntar esa idea surgida antes de dormirme del todo. En ese ratito de soñar despierto con la luz apagada. El mejor de todos. Pienso que la idea es demasiado buena como para olvidarme. Me la repito mentalmente unas cuantas veces para saber que me acordaré al día siguiente. Pero me sobreestimo. A la mañana siguiente la idea ha desaparecido y esa entrada nunca se escribirá.
Eso me recuerda a la obsesión de uno de mis escritores favoritos, Stefan Zweig, que empeñó su vida en buscar el momento de la creación artística, el instante en que se genera una obra en la mente de un escritor, un pintor o un músico. Los primeros garabatos, la chispa de la inspiración. ¿Qué situación lleva a la mente humana a ese momento de creación? ¿Hay alguna receta para propiciar ese estado inspirador? Yo tengo la respuesta: subirse en un tren con destino a ninguna parte.
La fórmula verdadera de la creación artística no es, pues, inspiración o trabajo, sino inspiración más trabajo, exaltación más paciencia.
El Misterio de la creación artística, Stefan Zweig – 1938
En mi caso Stefan lo tendría complicado. Tendría que trabajar duro sobre infinidad de notitas apuntadas en papeles, en libretas y en la aplicación de recordatorios del móvil. Por no hablar de numerosos documentos Word en mi ordenador y de correos electrónicos enviados a mí mismo desde el trabajo con ideas para una entrada. El último recurso que he usado son las notas de audio grabadas con el móvil. Pero, dado que me horroriza escuchar mi voz grabada, lo he acabado descartando.
Así que siempre llevo algo donde anotar esas ideas. Siempre. Y es que al final, escribir se convierte en vivir. El escritor se casa con su trabajo con el riesgo más peligroso que conlleva este oficio: la soledad. Bueno, y el alcoholismo, pero de eso estamos a salvo de momento.
Flaubert decía: «Escribir es una manera de vivir.» En otras palabras, quien ha hecho suya esta hermosa y absorbente vocación no escribe para vivir, vive para escribir.
Cartas a un joven novelista, Mario Vargas Llosa – 1997
Así que cuando me sienta bloqueado me meteré en un tren. Uno que cubra una distancia larga. Aunque no vaya a ningún sitio. El Metro no sirve, demasiadas distracciones y demasiadas paradas. Y el avión tampoco. No sé qué me pasa que nunca voy relajado en un avión. La tensión del viaje, de perder el vuelo, de olvidarme el billete, el control de equipajes, apagar los dispositivos, la charla de seguridad. Órdenes. Estrés. Una tensión que empieza ya la noche de antes por el miedo a quedarte dormido.
No, el avión no es tan buen sitio para escribir. El tren sí. No hay sitio mejor para escribir. Aunque sea en el billete. Escribir de corrido, como Tom Cruise en Jerry Maguire.
Y resulta que hoy me había traído al tren un libro para leer, pero al final termino escribiendo más que leyendo. Lo tengo en el ebook, porque ahora casi siempre leo así. Hay quien necesita saborear las páginas en papel, palparlas. Olerlas. Yo me he acostumbrado y agradezco tener en ese pequeño aparato cientos de libros. Cientos de mundos donde sumergirme por un rato.
El libro que tenía preparado es “El balcón en invierno” de Luis Landero. Me gusta leer autobiografías de escritores. Saber cómo llegaron a serlo. Encontrar puntos en común y aprender de ellos. Avanzo en el libro y encuentro una cita que me hace parar. Porque me siento así ahora mismo.
No hay tarea más gratificante que escribir cuando las cosas salen bien, cuando la mente se te llena con la música del lenguaje y las palabras y las imágenes acuden solícitas al reclamo de la frase y las frases fluyen sin tropiezo, una le pasa el testigo a la otra, como los corredores por equipos.
El balcón en Invierno, Luis Landero – 2014
Como los corredores por equipos pasándose el testigo. Así vienen las frases a mi cabeza en el tren. Seguidas. Sin esfuerzo. Como merece la pena escribir. Ya lo dijo Bukowsky. Porque en el tren mi pensamiento es un libro que no necesita edición. Podría escribir al ritmo que pienso. Sólo el saber que luego tendré que pasar todas las notas a limpio me retiene.
Y cuando termino, todavía no sé si es bueno o mediocre lo que he escrito. Porque lo que escriba en el tren deberá pasar luego el tamiz de la realidad. Ser leído en un momento cotidiano para comprobar si es realmente algo decente. No sirve sólo con leerlo en éste estado embriagador en que todo parece aceptable, con esa inspiración lectora de la que hablábamos.
Y entre párrafo y párrafo llega un momento, en este AVE Madrid-Barcelona, en que se termina el espacio en el billete de tren y eso significa que la entrada llega a su fin.
Pero estar en un tren también hace recordar otras cosas. Porque ver pasar los paisajes por la ventana es la mejor manera para echar la vista atrás. Para rebobinar. Para pensar en nuestra vida a la velocidad que pasan esos campos.
Y hoy este viaje también me ha hecho pensar en mi primer amor.
En Celia.
Creo que ha llegado el momento de escribir sobre ella.
Lo mismo piensas que es una osadía, pero me voy a permitir darte un consejo; «nunca dejes de usar ese medio de transporte «. El tren es mi transporte favorito y a ti, sin duda, por lo que leo, te influye maravillosamente usarlo. ….Gracias por escribir, yo me dedicaré a leer.
¿Para cuantos blogs escribes soldadito? no hace falta que los nombres, danos pistas…. 🙂
Sólo éste! ¿Qué te hace pensar que hay más? Gracias por comentar!
Y, compartiendomacarrones.com,
¿No escribes tú?
Puedes llevar una pequeña libreta contigo para anotar todas esas ideas….Si las plasmas en el mismo sitio siempre se quedarán ahí como fuente de inspiración…Para mi son un medio de expresión «expréss» donde garabatear, dibujar y apuntar alguna frase que me haya marcado y saciar el gusanillo diario de la creatividad. Además, cuando seas un escritor reconocido tus hijos disfrutarán de cada una de las páginas de esos cientos de libretas acumuladas en todos los rincones..
Por cierto, Celia es un bonito nombre 😉
Hola! Somos nuevas en este mundillo, estamos empezando y no hemos dado cuenta de que efectivamente la inspiración aparece en cualquier parte.Ahora estamos buscando y leyendo blogs parecidos y nos encantaría que le echaseis un vistazo a nuestro blog! Esperamos que os guste. Muchas Gracias!!
http://echateotro.blogspot.com.es/